En plena era de la información, el crecimiento de algunos países
industrializados o de los llamados “emergentes” depende de la explotación de
sus materias primas: níquel, litio, bauxita para fabricar aluminio, zinc,
plata, uranio, plomo, cobre, oro, hierro, gas, petróleo, manganeso y estaño.
Super explotación de materias primas están destruyendo el planeta |
A estos países se les comienza
a denominar CARBS (las siglas se utilizan en el inglés para abreviar
carbohydrates), un nuevo “club” compuesto por Canadá, Australia, Rusia, Brasil
y Sudáfrica. Se calcula en 60 billones de dólares el valor de las materias
primas que controlan estos cinco países y que abarcan casi un tercio del total
de las tierras en el planeta. Suponen además entre el 25% y el 50% de la
producción mundial de los metales y minerales mencionados. Pero en términos
demográficos, estos países sólo concentran el 6% de la población mundial.
No han tardado los elogios
hacia los CARBS por haber triplicado su consumo desde 2003, por su gestión de
esas materias primas para reducir la deuda pública y por el fortalecimiento de
sus divisas. Han acumulado más de un billón de dólares de reservas en moneda
extranjera, lo que les permitirá invertir en infraestructuras para aumentar la
exportación de minerales y de metales. Aunque también Estados Unidos ha
desarrollado su sector minero, no se le considera parte del “club” porque sus
explotaciones sólo cubren demandas internas de consumo.
Preocupa el impacto de la
minería en Canadá, Australia y Rusia. Algunas de las explotaciones se efectúan
con técnicas como la minería a cielo abierto, que muchos ecologistas consideran
una agresión al medioambiente. Se levantan toneladas de partículas tóxicas y se
contaminan acuíferos, ríos y lagos, lo que pone en peligro los cultivos, la
flora y la fauna. Estos países resisten las turbulencias de “los mercados”
financieros, pero con el riesgo de inflar una burbuja como las que han
explotado en otros países y de tener un impacto medioambiental que arrastrarían
las generaciones venideras.
Para rentabilizar la extracción
mineral, algunas grandes empresas emplean “mano de obra barata”, muchas veces
extranjera, que necesita el trabajo y que tiene dificultades para reclamar ante
los tribunales condiciones dignas de trabajo. Durante el último siglo, la
extracción de materias primas en países empobrecidos, ha estado vinculada a
gobiernos corrompidos, a secuelas graves en la salud, a condiciones de trabajo
esclavo, a represiones militares, desapariciones y torturas, lo que ha
disparado las demandas contra empresas multinacionales como Royal Dutch y Shell
en tribunales de Estados Unidos y de otros países.
La experiencia de los CARBS y
de Estados Unidos en la industria metalúrgica les ha servido a sus empresas
como plataforma para invertir y desarrollar proyectos en otros países con
materias primas. En América Latina, han obtenido concesiones mineras que han
desatado protestas de las poblaciones locales. Están al tanto de las posibles
consecuencias ante marcos jurídicos menos comprometidos con el medioambiente y
más “amigables” con las inversiones extranjeras que los que existen en países
desarrollados como Canadá y Estados Unidos. Temen que los impactos
medioambientales provoquen desplazamientos de poblaciones autóctonas que
defienden el derecho colectivo a sus tierras, vinculadas a su identidad como
pueblo y a su sustento. Naciones Unidas ha apoyado esas reivindicaciones de los
pueblos indígenas, por encima de un supuesto derecho al desarrollo económico
nacional.
Ante las protestas, los
enfrentamientos populares y el conflicto político, la empresa minera estadounidense
Newmont ha paralizado el proyecto Conga en Perú hasta que el gobierno y la
población de Cajamarca lleguen a un acuerdo. Se ha mantenido el Estado de
excepción “para garantizar el orden público y los servicios básicos”.
El pueblo huichol en México
tiene reivindicaciones similares ante las concesiones mineras a empresas como
la canadiense First Majestic en la zona de Wirikuta, que considera de valor
espiritual, además de indispensable para su sustento agrícola y de consumo del
agua.
Se desangran el planeta y las
economías, mientras se extiende un modelo de consumo a una población que no
para de crecer y que el planeta no puede soportar. No se presentan alternativas
al aumento del consumo como receta contra la crisis, aunque las clases medias y
trabajadores puedan permitirse cada vez menos cosas por las medidas de
austeridad que les imponen, y de las que se salvan los más ricos y las
multinacionales. Carlos
Miguélez Monroy - Periodista,
coordinador del CCS
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