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lunes, 10 de mayo de 2021

AL MEOLLO DEL ASUNTO. Opinión.


 Artículo de José Leonardo Rincón,S.J. Administrador de la Provincia Jesuita en Colombia

No recuerdo haber vivido un paro nacional tan prolongado, tan firme, con tantas manifestaciones por todas partes, con tantos comunicados, marchas, expresiones de todo orden en redes sociales y comunicaciones. Ni la amenaza de contagios masivos en plena pandemia, ni los fuertes aguaceros que cayeron adrede como para disuadir y espantar han podido detener esta fuerza popular incontenible.  La copa se ha rebosado y no sé si quienes están al frente del país sean conscientes de ello. Si nadie aguantaba un día más de confinamientos con sus obligados cierres que han dejado a miles desempleados, pasando hambre y en la calle, menos se iba a aguantar la afrenta de una reforma tributaria inmisericorde, descabellada y absurda. Se equivocaron de coyuntura y de destinatarios de la misma. Fueron tercos y no quisieron ni ver ni escuchar. Ahora estamos con un país caótico y en la peor crisis estructural de su historia. Y no es una frase de cajón, ni haber caído en las garras demoníacas de la izquierda comunista regional denominada castro-chavismo-madurismo con la que siempre nos asustaron, pues finalmente caímos en las garras del otro régimen, tan nefasto como aquel, porque régimen es régimen sea de izquierda o de derecha y siempre usan el poder para su provecho y en cualquier caso el pueblo siempre es el que pierde.




Este enorme reto que estamos afrontando todos, le resulta más incisivo a quienes tienen la responsabilidad de dirigirnos. Lamentablemente no veo líderes de talla, grandes en dignidad, creíbles y con autoridad moral como para convocar con fuerza y jalonar un diálogo nacional de fondo y con todos los actores. Toda la clase política está desprestigiada. Yo por lo menos estoy harto de discursos oportunistas unos, mediocres otros, polarizantes muchos, sinvergüenzas todos. Creo que todos queremos algo nuevo, algo distinto. Basta ya de los mismos con las mismas, mentirosos compulsos, farsantes engañosos que prometen descaradamente lo que saben que nunca cumplirán. 

Durante décadas enteras hemos sembrado vientos, ahora estamos cosechando tempestades. Destruimos la familia, célula madre de la sociedad, cuna de la auténtica formación en valores, lo que generó que el tejido social resultara enfermo. ¿De qué nos extrañamos sobre lo que está pasando? La calidad de la escuela no ha podido caer más bajo. Se desecharon las humanidades por subversivas (la religión que nos hablaba de trascendencia, la ética que nos enseñaba valores, la cívica y la urbanidad que nos decían cómo comportarnos como ciudadanos para cuidar lo público y para saber cómo actuar con los otros; la oratoria, redacción y la ortografía para saber cómo hablarle a los otros, escribir bien y hacerlo correctamente; la geografía que nos ubicaba y contextualizaba; la historia que nos enseñaba las lecciones del pasado; la filosofía que nos ponía a pensar críticamente y a no tragar entero) y se hizo apologia de lo científico-tecnico y tecnológico como si fuera la panacea. Las instituciones perdieron su norte al corromperse. La justicia se arrodilló ante el delito organizado dando vía libre al crimen y la impunidad rampantes. El dinero fácil permeó por doquier como la mejor opción para ahorrarse trabajo, esfuerzo y sacrificio. El listado de desgracias sería interminable, pero lo sabemos y lo conocemos.

Esta coyuntura puede resultar una feliz bendición si se aprovecha para ir al meollo del asunto. Vivimos en uno de los países más inequitativos del mundo donde la miseria crece ante la mirada indiferente de una élite minoritaria. Y criticar al capitalismo neoliberal no es defender el comunismo, ni el fascismo. Hay que desaparecer la pobreza absoluta y catapultar la clase media, para vivir sin ostentaciones y donde nadie pase hambre. La justicia tiene que reformarse de fondo y recuperar la impolutez que tuvo. Al Congreso, legítimo espacio de la representación del pueblo, hay que reducirlo en número y mañas y expulsar de su recinto a los que se lucran sin hacer nada. Hay que reducir el despilfarro y el gasto público saturado de burocracia. Urge generar empleo. El campo y la agricultura deben ser estimulados. La investigación y la ciencia requieren ser apoyados. El deporte y la recreación que propicien salud corporal y mental. Hay que hacer una reforma educativa con un currículo que forme personas íntegras e integrales para la vida y la convivencia humana. La salud debe ser digna y para todos. Los comunicadores deben ser imparciales y veraces. Las instituciones necesitan volver a ser creíbles. La vida humana es sagrada y los derechos humanos no son ideología amenazante si se acompañan de los deberes humanos, elemental fundamento de una sociedad justa. La diversidad y la pluralidad son nuestra mayor riqueza. 

Así las cosas, tenemos que ir al meollo de lo esencial y no distraernos en banalidades superfluas. Todo esto tan terrible y tan duro que hemos vivido y estamos viviendo, no es para buscar candidatos para las elecciones de 2022 sino para trabajar por la alborada de un nuevo amanecer para nuestra patria. Y para que no queden dudas y vacíos, categóricamente desde esta tribuna de libre pensamiento y expresión, rechazo todo acto vandálico y violento, todo daño a los bienes públicos precisamente por ser nuestros, todo atentado a la vida humana tanto de quien marcha pacíficamente como de quien cuida y defiende al pueblo. Todo desadaptado debe ser sancionado y reeducado, obligado a resarcir los daños ocasionados y trabajar en su reconstrucción. Los delincuentes del estrato social que sean  deben pagar sus fechorías y sus crímenes. No más impunidad, no más indiferencia. El problema es que no veo liderazgo, otra ausencia lamentable.

Autor; José Leonardo Rincón,S.J. Administrador de la Provincia Jesuita en Colombia


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