La proliferación de casos de corrupción que han sacudido al Ecuador en las últimas semanas, han terminado por demoler la fe pública y afectar gravemente al ethos social, que es esa voluntad colectiva básica de adherir a las normas y reglas que regulan la vida en sociedad, motivada por la aspiración colectiva de bregar juntos por el bien común.
Parlamentarios, funcionarios, empresarios, jueces, prefectos, alcaldes, directores de entes públicos y hasta un expresidente; pareciera que no hay excepciones. La gente asiste asqueada al desfile de sindicados y la admirable fiscal general clama al cielo por apoyo y solidaridad para evitar la impunidad.
En este contexto el país está compelido a cumplir con una agenda electoral para renovar parlamento y ejecutivo, pero a pesar de que ésta aparece como una inmejorable oportunidad para renovar a sus dirigentes, la sospecha en la falta de transparencia por parte de la autoridad electoral, encargada de velar por el respeto a la decisión soberana de los electores, hace temer a la gente de que estas elecciones puedan ser manipuladas torciendo sus resultados.
Y no es menor esta sospecha, si se recuerda que la presidenta del órgano electoral permanece allí eludiendo un juicio político, gracias a la componenda recientemente revelada.Que lamentable, sobre todo si lo vemos de la perspectiva reciente; parece mentira que toda esta tragedia está pasando en el mismo país que hace tan solo unos meses se levantaba ufano y esperanzado al haber logrado poner freno del camino al despeñadero al que le conducía Rafael Correa y sus secuaces, apropiados del poder. Y, que éste sea el mismo país que ratificó por una abrumadora mayoría, aquellas notables reformas que permitieron desarmar el tramado de arbitrariedad y despotismo tan perversamente manejado por aquel expresidente.
Parece lejano aquel momento en el que un patriarca como Julio Cesar Trujillo, se erguía como un gigante y lograba lo que parecía imposible, demoler la estructura perversa del abuso de poder, para alegría y alivio de la gente ecuatoriana que volvía a respirar esperanza y fe en su maltrecha democracia.
Esa esperanza se había restablecido gracias a que en Carondelet asumía a la cabeza del gobierno, Lenin Moreno, un hombre honesto convencido del valor de la democracia que se empeñó por restituir las instituciones y reponer las libertades cercenadas.
Más todo empezó a derrumbarse; la intentona golpista del correismo en octubre del 2019 hizo sonar
las primeras alarmas de que algo no andaba bien; parlamentarios, prefectos, alcaldes, líderes indígenas y otros, aprovechando el estado social de precariedad de los sectores más marginados del Ecuador, mostraron su total desapego con esa democracia de la que todo quieren pero que desprecian y no trepidaron en arrastrar violentamente al país a una crisis de gobernabilidad, que pudo acabar con ella. Y, que solo se conjuró por la acción inédita del presidente Moreno de someterse al reclamo de los insurrectos, resignando sus decisiones gubernamentales cuya dictación para encarar la crisis económica, fue empleada como excusa para justificar aquella asonada. Todo pareció volver a la normalidad hasta que sobrevino el Covid-19 y con él la tragedia."parlamentarios, prefectos, alcaldes, líderes indígenas y otros, aprovechando el estado social ... mostraron su total desapego con esa democracia"
Primero fue el desastre de Guayaquil; miles de contagiados, manejo caótico de los muertos, infracción masiva a las medidas preventivas de distanciamiento social, etc.
Luego vino lo peor; la corrupción desatada en la comercialización y distribución de los insumos médicos de los hospitales del IESS y otros; en las ayudas alimentarias, mostrando la cara más ruin del ser humano que es lucrar con el dolor ajeno.
Pero aún faltaba más; graves denuncias de financiamiento ilegal de la campaña por el SI en la pasada consulta popular, apuntaron a deslegitimarla, con lo que se echaría por tierra todo lo logrado en la ardua lucha por reestablecer las instituciones democráticas y las libertades librad desde el 2017.
No son pocos los que, desde la desesperanza o el oportunismo, empiezan a alzar voces por el retorno del déspota; pareciera que el destino trágico del país le nubla su futuro, arrastrándolo al abismo y como en las tragedias griegas nadie hace nada para evitarlo.
Ante esta hecatombe ético política, creo que es urgente rescatar lo rescatable y aferrarse a ello. Esto es, la recuperación de la democracia y el restablecimiento de las libertades, tras el nefasto despotismo y abuso de poder del correismo; es preciso valorar la mayor contribución hecha por el presidente Lenin Moreno al Ecuador, que es precisamente esta nueva oportunidad para devolver la fe de los ciudadanos por recuperar y fortalecer su maltratada democracia.
No hacerlo significará despeñarse al abismo y Ecuador no merece tal sufrimiento.
Juan de Dios Parra
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