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martes, 31 de agosto de 2021

La crisis de Occidente. Art. Opinión: Luis Gallegos Chiriboga


La civilización occidental está atravesando por una crisis en varios espectros, que pone en riesgo tanto la paz y la seguridad, como la prosperidad de sus poblaciones y la vida del planeta.

Dicha crisis se pone de manifiesto, no sólo por la presencia de adversarios externos que actúan cada vez con mayor agresividad y éxito, sino por la incapacidad de sus integrantes de lograr visiones conjuntas y superar desacuerdos.



Dicha crisis, por lo tanto, es profundamente interna y afecta los fundamentos mismos de una civilización cuyos orígenes nacen en la cultura helénica.

La democracia griega de la era de Pericles formuló las bases del pensamiento occidental, se sustentó en los valores de la individualidad, la libertad de pensamiento y el respeto a la ciencia con el predominio de la filosofía, todo ello orientado al bien del individuo y de la sociedad.

Las ciudades-estado de la Grecia antigua siguen siendo un modelo hasta nuestros días de como conducir la gestión pública, como debatir democráticamente entre pares para alcanzar la síntesis del bien comunitario. Argumentar en base a razones y convencer a la mayoría son las piedras angulares de la democracia.

Desde hace muchos siglos, las confrontaciones dentro de la civilización occidental y entre las civilizaciones actuales han producido, no sólo desencuentros, sino conflictos y guerras. Cientos de millones de seres humanos han muerto o han sido discapacitados; ciudades y países han sido arrasados por esta falta de acuerdos. Los seres humanos no terminamos de aprender a convivir en paz y armonía, a buscar el equilibrio de las cosas antes de lanzarnos a las luchas estériles que tanto perjudican e inmovilizan el progreso de la sociedad. Hemos llegado al summum, al haber inventado armas de destrucción masiva con el potencial de destruir el planeta varias veces.

Es inherente a las democracias que existan desacuerdos, que los mismos se diluciden mediante las instituciones que se han creado para tratar de mantener un equilibrio de las fuerzas en el manejo de la cosa pública y evitar los extremismos, entre ellos los absolutismos y dictaduras que tanto daño han causado.

Cuando se pierde la capacidad de alcanzar esos consensos, el mismo estado entra en crisis de confrontación perpetua, de pugna de intereses y de multiplicación de errores y fracasos que nos afecta a todos.

Necesitamos liderazgos nacionales e internacionales que tengan claro la visión a donde va la humanidad y que puedan concertar a lo interno y externo, los acuerdos y decisiones políticas propias de estadistas para enfrenten los retos que nos impone la historia, con el convencimiento de que lograremos un mejor mañana para todos los habitantes del planeta. Sólo así sobrevivirá la democracia.


Art. Opinión: Luis Gallegos Chiriboga

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