El Comité de Derechos Humanos de la organización
responsabiliza al Estado por una muerte y una veintena de intoxicados en un
pueblo rural en 2011
Una persona murió envenenada y 22 más, entre ellos varios
niños, resultaron intoxicadas, por el uso de agroquímicos en empresas
productoras de soja transgénica en un pequeño pueblo paraguayo de 400
habitantes. Era 2011. Tras ocho años en los que la Justicia del país
sudamericano no ha condenado a los culpables ni ha resarcido a las víctimas, un
dictamen del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas hace ahora
responsable al Estado paraguayo por no prevenir la situación ni tomar medidas
para la conservación de la vida y del ambiente.
El dictamen señala que Paraguay “no ejerció controles
adecuados sobre actividades contaminantes ilegales” y concluye que “las
fumigaciones masivas con agrotóxicos constituyen amenazas a la vida de las
víctimas que eran razonablemente previsibles por el Estado parte”. Por lo
tanto, declara “la violación del derecho a la vida y del derecho a la vida
privada, familiar y domicilio”. El comité de la ONU llama, además, a Paraguay a
acometer una investigación efectiva y exhaustiva sobre fumigaciones con
agroquímicos, y le insta a sancionar a todos los responsables y reparar a las
víctimas.El uso masivo de agroquímicos que exige el cultivo extensivo de granos
genéticamente modificados tiene consecuencias mortales en América del Sur. En
la bautizada, popularmente, como "república unida de la soja"
—Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay— se cultivan millones de hectáreas
de tierra de soja transgénica que alimenta a buena parte del ganado de Europa y
China. Sin embargo, su población rural —muy arraigada a su tierra y que trabaja
para vender a pequeña escala— vive en situación de permanente crisis, sin
acceso a servicios públicos y asediada por latifundios que incumplen las
normativas ambientales, dañando su forma de vida y sus cosechas.
“Es un dictamen histórico por el reconocimiento del vínculo
entre los daños severos al medioambiente y el disfrute de derechos
fundamentales, civiles y políticos. Cientos de casos similares en todo el mundo
podrían ser sometidos a nuestra consideración”, subraya Hélène Tigroudja,
miembro del Comité.
“El Comité sienta una jurisprudencia histórica que relaciona
el disfrute de los derechos humanos con la protección del medioambiente en una
decisión de resonancia global”, completa, en declaraciones a EL PAÍS, el
abogado paraguayo Hugo Valiente, miembro del equipo de letrados de las víctimas
que presentó el caso en 2013. Es la primera vez, subraya, que un órgano aplica
la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos de
2018. “Momentos así me reconcilian con el derecho en su sentido más legítimo y
verdadero: el derecho como ley del más débil”, explica.
Rubén Portillo murió envenenado a los 26 años en el mismo
lugar en que nació. Vivía con su compañera, su hijo y su madre cerca del río
Kuairú en una de las pocas casitas sin agua corriente de Yerutí, a unos 120
kilómetros de la frontera con Brasil. La colonia de familias campesinas se
formalizó en 1991 y está administrada por el Instituto de Desarrollo Rural y de
la Tierra (Indert), la institución gestora de la política de acceso a la tierra
en Paraguay. Rubén nació dos años después, cuando Yerutí (paloma o canto de las
aves en guaraní) era aún un paraíso natural. Unas 1.225 hectáreas fueron
entonces repartidas en 93 lotes entre bosques subtropicales, esteros y arroyos.
Alejados de todo, sin servicios públicos ni carreteras, pero con tierra roja y
fértil para cultivar.
Durante casi 15 años, las familias trabajaron sus tierras
con éxito pese a las grandes dificultades del entorno: produjeron toneladas de
comida, criaron miles de animales de forma sostenible, levantaron sus escuelas
e hicieron sus propios caminos. Hasta que, de pronto, en 2005 los bosques a su
alrededor comenzaron a ser talados. Donde antes había una selva con árboles
centenarios como el lapacho, manantiales, guaridas de armadillos y jaguares,
algunas empresas brasileñas sembraron plantaciones extensivas de monocultivos
mecanizados de semillas de soja transgénica.
Un oasis entre la soja
Yerutí quedó como un oasis en el medio de un desierto verde:
desde allí, se mire donde se mire, las plantas de medio metro de soja se
extienden hasta el horizonte. Solo a veces, la silueta de un árbol solitario
queda como testimonio de la naturaleza nativa. Toda la región agrícola de
Paraguay fronteriza con Brasil es hoy la zona de mayor expansión del
agro-negocio. Y sigue creciendo en toda la mitad oriental del país. En 2005,
justo enfrente de la chacra de Rubén plantaron un sojal de la empresa brasileña
Condor. Lo fumigaban masivamente mediante lanzamiento de agrotóxicos desde
tractores y avionetas, “sistemáticamente incumplieron la normativa ambiental de
derecho interno”, según el dictamen de la ONU hecho público este miércoles en
Ginebra (Suiza).
“Primero murieron las gallinas, no sabemos por qué.
Comenzaron a enfermarse los chanchos y un tiempo después falleció mi hermano”,
cuenta la hermana de Rubén Portillo, Norma, que denunció ante las autoridades
el caso junto las organizaciones Base Is y la Coordinadora de Derechos Humanos
de Paraguay (Codehupy). Rubén tenía el cuerpo lleno de llagas, su hijo también.
En enero, su situación empeoró y fue llevado a un centro de salud donde fue tratado
por los vómitos. Como no mejoraba, y dada su debilidad —ya ni siquiera podía
mantenerse en pie— sus familiares lo llevaron al hospital, ubicado a más de
cuatro horas de recorrido. Falleció en el camino.
Portillo no fue el único que enfermó: como en épocas de
siembra de soja de años anteriores, otras 22 personas presentaron síntomas
similares —náuseas, mareos, dolor de cabeza, fiebre, diarrea y lesiones en la
piel, entre otros—, pero sobrevivieron para denunciarlo.
“Los dos caminos de tierra que conectan la colonia con la
carretera principal asfaltada atraviesan grandes extensiones de cultivos, sin
que ningún trecho cuente con la protección adecuada. En consecuencia, los
integrantes de la comunidad que necesiten acceder a la carretera principal
están expuestos a los agrotóxicos”, dice el comité independiente, compuesto por
18 expertos internacionales de la ONU.
Paraguay es el cuarto exportador de soja de América y el
sexto exportador mundial del grano, según la Cámara Paraguaya de Exportadores
de Cereales y Oleaginosas (Capeco). Más de un millón de toneladas de
agroquímicos ingresan al país anualmente. Son fertilizantes, secantes,
insecticidas y funguicidas que se aplican en más de 3 millones de hectáreas empleadas
en el cultivo de soja y otros granos que el país exporta. Entre esos químicos
existen varios prohibidos en el mundo por los daños que pueden provocar a la
salud humana y al medioambiente, como el glifosato y el acefato, entre otros.
La Federación Nacional Campesina estima que se utilizan unos
60 millones de litros de agroquímicos al año. En este caso, según el dictamen,
las empresas Cóndor, Hermanos Galhera Agrovalle del Sol y Emmerson Shimin
usaron al menos dos prohibidos hace 20 años en Paraguay: Aldrin y Lindano.
“No basta con que el Estado no mate a las personas, sino que
tiene que garantizarles una vida digna. El estado se decía sin competencia y el
comité le ha demostrado por qué sí la tiene. El Estado, durante el proceso,
dijo que era un caso aislado, pero hay muchos más. Y con esto se abren las
puertas para que estos casos encuentren una respuesta”, detalla la abogada
Julia Cabello. “Ahora debe haber medidas de reparación”, añade.
En Paraguay más de un millón de personas han migrado del campo
a la ciudad en la última década por el aumento de los latifundios para los
cultivos mecanizados, según la Federación Nacional Campesina, que calcula que
se utilizan unos 60 millones de litros de agroquímicos al año para la soja. El
país sudamericano tiene uno de los mayores índices mundiales de desigualdad de
la tierra, un 2,5% de los propietarios son dueños de aproximadamente el 85% de
la superficie cultivable, según Oxfam.
Fuente: El País
Juan de Dios Parra, Secretario General de la ALDHU, consideró que: "No se puede permitir el uso de este tipo de agroquímicos; están totalmente prohibidos a nivel internacional y su uso debería suponer graves penas para los personas e instituciones que los han utilizado. Esperemos que el país se responsabilice, ayudando en la defensa de sus ciudadanos".
Juan de Dios Parra, Secretario General de la ALDHU, consideró que: "No se puede permitir el uso de este tipo de agroquímicos; están totalmente prohibidos a nivel internacional y su uso debería suponer graves penas para los personas e instituciones que los han utilizado. Esperemos que el país se responsabilice, ayudando en la defensa de sus ciudadanos".
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