Autor: Baltasar Garzon Real es jurista y Presidente de FIBGAR
Es cada vez más evidente que asistimos a una crisis civilizatoria, caracterizada entre otras cosas por una nueva guerra en Europa (algo impensable hasta hace muy poco); el regreso del fascismo a nivel global; el cambio climático que se hace cada vez más presente (siendo ya innegable salvo que seas terraplanista o algo por el estilo) o la creciente desigualdad y concentración de la riqueza mundial en cada vez menos personas. Todo esto por no mencionar la pandemia que ya prácticamente hemos superado, pero con la amenaza cierta de algún fenómeno similar en un futuro no muy lejano.
En este contexto nada alentador, y aunque a primera vista no lo parezca, lo que se decida próximamente en Brasil puede condicionar el futuro inmediato de toda la humanidad.
Brasil está a la espera de la segunda vuelta electoral, en la que se debe dirimir quién será el próximo presidente del país, si Luiz Inazio Lula da Silva o Jair Bolsonaro. El triunfo del progresista por seis millones de votos, pero insuficientes para superar el 50% sobre el ultraderechista el pasado 2 de octubre, hace obligada esta nueva votación prevista el día 30, de acuerdo con el sistema electoral del país. En estos comicios los brasileños deciden mucho más que la elección de uno u otro nombre: se juegan valores tan imprescindibles como el respeto a las libertades fundamentales, la protección de los pueblos indígenas y el cuidado del medioambiente y, cómo no, el propio concepto de democracia. A la vista está que un abierto admirador de Pinochet como es Bolsonaro implica una regresión en muchos sentidos, y así lo ha demostrado en estos años su propia gestión de gobierno.
Parapetado en las redes sociales, algo que es propio de la extrema derecha, el presidente y candidato manipula a su antojo la información y trastoca el mensaje cuando afirma: "Lo que está en juego en este momento es el futuro de nuestro país, es hora de unir fuerzas para proteger las libertades y la dignidad del pueblo brasileño y evitar que el grupo que asaltó y casi destruyó al país vuelva al poder". Acusa a Lula, cuando le inunda a él la corrupción, y se erige como el último obstáculo para detener el socialismo, cuando a quien hay que detener es a él por sus tintes autoritarios.
Una amenaza
En su propaganda presenta como el diablo reencarnado a otros líderes latinoamericanos progresistas: Alberto Fernández, Gabriel Boric y Gustavo Petro. Lula, por su parte, sin abandonar su cuenta de Twitter, se mezcla con el pueblo recorriendo localidades, dejándose ver en directo y estableciendo alianzas con otras formaciones para evitar que la ultraderecha siga al frente del Gobierno.
Bolsonaro supone una amenaza evidente por sus políticas agresivas de deforestación y agresión a la Amazonia, por atentar contra los pueblos originarios, socavar el sistema electoral y debilitar el Estado de Derecho. En su informe mundial 2022, Human Rights Watch (HRW) hace hincapié en estas malas prácticas propias de la ultraderecha y el neofascismo. Durante la pandemia, el gobierno de Bolsonaro propagó información falsa y, según documentó el Senado, se produjo corrupción en la compra de vacunas. Mas de 600 mil personas perdieron la vida por el virus, mientras que el negacionismo bolsonarista reinaba de forma irracional. Es verdad que la memoria de los votantes es laxa a veces, pero no tanto como para olvidar todo esto e inclinar la balanza a favor del desastre. Desde el regreso a la democracia, nunca los derechos humanos habían pasado tan terribles momentos como con las políticas agresivas contra los indígenas, las mujeres, los personas con discapacidad y la propia libertad de expresión; amen del aumento de la violencia institucional, que ha alcanzado su nivel más alto desde 2006.
Lawfare
A todo lo anterior se suman los ataques continuos al poder judicial y su utilización con fines políticos. En esta verdadera guerra judicial o lawfare hay que enmarcar el proceso contra Lula, quien pasó 580 días en prisión, lo que le impidió participar en las elecciones de 2018. El brazo ejecutor fue el juez Sergio Moro, que utilizó las más diversas artimañas en una instrucción plagada de graves irregularidades, luego descubiertas. Al año siguiente Bolsonaro le premió con el ministerio de Seguridad y Justicia. Ahora como senador, en ese viaje de ida y vuelta, da su apoyo a su benefactor. Las acusaciones y condenas contra Lula fueron revocadas en 2021 por el Supremo Tribunal Federal por considerar que se infringieron las garantías del debido proceso, pero el daño para Lula y para todo el país ha sido irreparable.
Se juegan valores tan imprescindibles como el respeto a las libertades fundamentales, la protección de los pueblos indígenas y el cuidado del medioambiente y, cómo no, el propio concepto de democracia
Si gana Bolsonaro ¿imaginan cuánto empeño pondrá en desmontar el Supremo Tribunal Federal que aún se le resiste? Sobrevuela el ejemplo del presidente húngaro Viktor Orban, quien hizo marchar al presidente de la Corte Suprema, Andras Baka, porque, según dijo el propio juez, “criticaba reformas incompatibles con el derecho europeo”. Ya ven: Montesquieu y el principio de separación de poderes hechos añicos de un plumazo.
La primera barrera al poder absoluto es la justicia, citaba Baka, cesado fulminantemente en 2012 tras calificar como “purga camuflada” en la judicatura la reducción de la edad de jubilación de los jueces de 70 a 62 años. En 2016 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dio la razón a Baka en los términos de que prescindir de él pretendía intimidar al cuerpo judicial.
No olvidemos a Donald Trump y sus maniobras para dominar la justicia. Pondré solo dos ejemplos: primero, la prohibición de entrada en Estados Unidos en 2018 bajo la amenaza de sanciones a los funcionarios y fiscales de la Corte Penal Internacional que investigaban causas que implicaban a Estados Unidos o a Israel en crímenes de lesa humanidad; segundo, la promesa electoral de Trump de 2016, posteriormente cumplida, de nominar magistrados en el Supremo comprometidos con la causa antiabortista. Tal manipulación en los nombramientos llevó, en efecto, a que en 2022 el Tribunal Supremo de Estados Unidos, con mayoría de jueces ultraconservadores, acabara revocando la sentencia que garantizaba el derecho al aborto, permitiendo a cada Estado prohibirlo o regularlo.
Triunfa la mentira
Bolsonaro ha ido recorriendo este camino que la ultraderecha protagoniza en cada país en el que gobierna, como marca distintiva. En el caso brasileño, además de Sergio Moro, hay que hacer necesaria mención del exfiscal evangélico Deltan Dallagnol, quien comandó la acusación contra Lula da Silva por el caso Lava Jato. La demostración de que se había producido manipulación política, alteración de pruebas y persecución llevó a la anulación del proceso, lo que, sin embargo, no fue óbice para que tanto Moro como Dallagnol se presentaran a las pasadas elecciones resultando ambos elegidos: Sergio Moro como senador y Deltan Dallagnol como diputado federal, siendo este último el más votado en Paraná, incluso por delante de la presidenta del PT Gleisi Hoffman.
Tales resultados desaniman ante la confirmación de que la mentira, el fraude, la trampa de algunos medios de comunicación, el atentado contra los derechos humanos y los valores democráticos, así como la utilización política de las instancias judiciales, obtienen una recompensa tan efectiva.
El objetivo final, pienso, es el ascenso de la ultraderecha a nivel global y Brasil es en este juego una pieza principal para el continente. Estas elecciones son cruciales, porque se verá si las fuerzas progresistas logran afianzarse o, por el contrario, la ultraderecha contrarresta los avances más recientes de la izquierda conseguidos en Chile o en Colombia y, más aún, como elemento clave en los próximos planes de Donald Trump. Pero la importancia de la contienda electoral en Brasil es todavía mayor.
Lo que nos jugamos
El sociólogo y filósofo Boaventura de Sousa Santos, lo expresaba muy bien días atrás: “Aunque a Brasil, por su enorme tamaño, le cuesta imaginar que algún país o movimiento extranjero pueda afectarlo decisivamente, lo cierto es que la extrema derecha global, que hoy tiene en Estados Unidos sus mayores recursos financieros y tecnológicos, ve en Bolsonaro un instrumento estratégico para mantener su visibilidad internacional y facilitar el regreso de Donald Trump. Para la extrema derecha mundial, la segunda vuelta de las elecciones brasileñas son las primarias de las elecciones estadounidenses de 2024. He llamado la atención sobre las actividades de Atlas Network, financiadas inicialmente por los hermanos Koch, magnates estadounidenses reaccionarios. Hoy cuenta con 500 instituciones asociadas en 100 países para promover su ideología ultraneoliberal. Fueron importantes en el reciente rechazo al proyecto constitucional de Chile que pretendía acabar con la Constitución del dictador Pinochet y están muy activos en Brasil…”
Es que nos jugamos mucho. Los ciudadanos brasileños y todos nosotros. De esta próxima llamada a las urnas depende, entre otras cruciales consideraciones, el porvenir de la Amazonia, que será de destrucción si queda a cargo de la extrema derecha depredadora de Bolsonaro, o de recuperación si es la progresista visión de Lula la que, como Petro en Colombia, se compromete a proteger el pulmón del mundo. En tiempos en que el cambio climático es una evidencia que sobrecoge, el posible resultado de esta pugna presidencial lleva a que el planeta contenga la respiración.
En Brasil están en juego ahora no solo los derechos humanos de 214 millones de personas sino también el futuro de todos nosotros, amenazado por la intolerancia, el afán insaciable de beneficio, el desprecio a las libertades y la depredación suicida del medio ambiente. Por todo ello, creo que no exagero cuando digo que en Brasil se vota el futuro del planeta.
Fuente: Infolibre.es