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Fabiola Valenzuela está sentada en un café en el centro de Santiago, a metros de la Corte Suprema. Es un día especial para ella. Luego de presentar recursos y de asistir a trámites legales junto a sus abogados desde septiembre del año pasado, tiene entre sus manos la carpeta con su proceso de calificación como víctima de la dictadura de Pinochet, acreditado por la Comisión Valech -que calificó a 27.255 víctimas en 2004, llegando a un total de 40.018 en 2011- y que hasta ahora se mantenía en secreto de acuerdo a lo consagrado en la ley 19.992 promulgada durante el gobierno de Ricardo Lagos.
Los documentos elaborados por la comisión y custodiados por el Instituto de Derechos Humanos (INDH), eran algo que Fabiola se había propuesto conseguir. Su testimonio y el de su madre, pensaba, le pertenecía tanto como al Estado: Fabiola nació producto de las violaciones sistemáticas que sufrió su progenitora, Rosaura Valladares, por un grupo de carabineros y militares en 1973.
“En el aniversario de los 40 años del golpe me enteré que al menos un cuarto de los ex presos políticos de la Comisión Valech ya estaban muertos para 2013. Ahí pensé que esto nunca iba a tener fin y los 50 años de secreto sobre su información iban a pasar mientras la gente se moría. Yo presté declaración a los 30 años y recién a los 80, si es que estuviera viva, se abriría mi testimonio. Entonces me decidí, tenía que hacer algo”, cuenta Fabiola.
LA HISTORIA
La historia de Fabiola y su madre Rosaura está contenida en las miles de carpetas que acumuló la primera Comisión Valech instaurada en el gobierno del expresidente Ricardo Lagos. Su testimonio, entregado en 2003, relataba su vivencia y también la de su madre.
Rosaura Valladares tenía 15 años cuando llegó la dictadura. Vivía con sus padres y sus hermanos en un pequeño pueblo a 15 kilómetros de Linares, en la región del Maule. Una noche de 1973 la familia sintió el fuerte ruido de un par de camiones que estacionaron afuera de su casa. Abruptamente un grupo de soldados armados entró a la vivienda y empujaron a toda la familia hacia las murallas. Mientras, la joven Rosaura se levantaba de la cama en camisón. Los militares exigieron llevársela, a ella y a uno de sus hermanos.
Estuvo tres meses presa. Y desde la primera noche comenzó el tormento que se alargaría por casi un año, fruto de diversas detenciones. A horas de ser raptada desde su casa fue violada por un grupo de carabineros en la Comisaría de Linares. Durante las siguientes semanas fue torturada y violada en la Escuela de Artillería de la ciudad, donde estaba detenida junto a otras víctimas de la región. Para su desgracia, su cuñado, era secretario de un diputado socialista. Rosaura y su hermano sirvieron como carnada para que él se entregara al régimen.
Rosaura volvió a su casa a los tres meses de ser detenida por primera vez, pero el calvario estaba lejos de terminar: La fueron a buscar dos veces más en un transcurso cercano a un año. En su tercera detención sufrió nuevas violaciones de forma sistemática, torturas, simulacros de fusilamientos y hasta la inyección de sustancias, según relata Fabiola y sus abogados, Álvaro Aburto y Paz Becerra.
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