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miércoles, 26 de marzo de 2014

Derechos humanos e inmigración.

XII Jornadas “Derechos humanos e inmigración” en Motril (Granada) el 2, 3 y 4 de abril de 2014.



Hace ya doce años que organizamos las “Jornadas Derechos Humanos e inmigración” de Motril. Desde aquel inicio los problemas concretos sobre la situación de los migrantes han sido diferentes (Directiva Europea de Retorno, negación del derecho a la salud como derecho universal, situación de los CIES y tantos desdichados etcéteras) pero todos ellos ha pivotado sobre la idea (ideología) de que los derechos humanos no son universales sino que se pueden restringir a los extraños, a los de fuera. Esto en época de bonanza y aún más en tiempos de crisis.
Este planteamiento ha hecho que las migraciones en lo que llevamos de siglo XXI se produzcan en unas condiciones de clandestinidad y sufrimiento sin límites. Las migraciones actuales se están dando en un contexto de violación sistemática de los derechos humanos a lo largo de toda la ruta migratoria.
En nuestras fronteras más próximas la gestión excluyente de la crisis puede agravar esta situación al aplicarse como argumento de autoridad el control y el miedo, lo que está haciendo del Mediterráneo un mar de tragedia.
El pasado octubre en Lampedusa más de 400 muertos, 359 el día tres y 50 el día 11. En Ceuta este mes de febrero los datos provisionales son 15. Entre las dos tragedias las autoridades europeas discutieron sobre si es un problema nacional o de la UE y hablaron de soluciones. Pero en realidad lo hecho para evitar estos sucesos ha sido nada. La pura nada. Como novedad material antidisturbios contra el hambre extremo.
Y nada seguirá habiendo mientras la UE y los Estados miembros no reconozcan que existe una innegable relación entre esas muertes y sus políticas migratorias y de asilo. No son tragedias naturales frente a las que los europeos nos podamos compadecer, sino el fruto de lo que en nuestra UE se denomina “lucha contra la inmigración ilegal”. Hay que explicar la realidad de las migraciones, los años que tardan los africanos en llegar a las fronteras, su imposibilidad de regreso, la obligación ética y jurídica de dar refugio a quienes son perseguidos o huyen de las guerras, para que sea más fácil entender que los problemas se atajan mejor en sus orígenes que combatiendo sus efectos de forma estéril y con gran sufrimiento en la mayoría de las ocasiones.
Para terminar dos cuestiones que no son anecdóticas, entre los sucesos de Lampedusa y Ceuta y Melilla. La primera, al vicealcalde de Lampedusa, Damiano Sterlazzo le dolió el abandono de la “cultura de la vida” cuando vio como se trataron las muertes en su isla mientras que el Presidente de Melilla, Juan José Imbroda, pocos meses después, ironizó con poner azafatas en la frontera con comités de recibimiento comentando el fallecimiento de quince personas. Es evidente que entre ambas reacciones hay una considerable distancia ética y moral. También una posición sobre la forma de entender la cultura de los derechos humanos.

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